lunes, 20 de diciembre de 2010

La pequeña astronauta.



Carla María Rodríguez Rodríguez.






Desde pequeña, mis padres querían que fuera astronauta como mi abuelo. Él, era un hombre luchador que conseguía todo lo que se proponía. Salíamos los dos juntos a pasear y me encantaba que me contara sus experiencias en ese lugar tan bonito. Cuando me decía que era difícil llegar a ser un astronauta yo me quedaba mirándole y me ponía a pensar todo lo que tendría que luchar para llegar a ser una persona como él, aunque siempre me decía que no me preocupara, que yo era una niña que superaría todos los retos que me propusiera.
Un día, cuando llegué del colegio, mi madre me dijo:
- Carla, abuelo está en el hospital y está muy enfermo.
Yo, asustada por si estaba muy mal, le dije a mi madre que fuéramos a verlo. Estaba tumbado en una camilla y fui corriendo a abrazarlo. Mientras lo abrazaba dijo:
- No quiero que estés triste pero creo que me queda poco de vida.
Me eché a llorar, no me podía creer que fuera a perder a mi abuelo, la persona que me lo había dado todo.
Entonces, le prometí que haría lo mismo que había sido él. Cuando fuera mayor, yo sería una astronauta como lo había sido él durante mucho tiempo.
Se puso muy contento por saber que su nieta se interesaba por la profesión que él había ejercido durante casi la mitad de su vida. Me dio un beso y me dijo:
- Gracias pequeña, te quiero.
Yo, le agarré la mano. Solo deseaba que todo saliera bien y que pudiera estar con él de nuevo para salir a pasear como hacíamos todas las tardes.
Pasaron las navidades y , mi abuelo, todavía no había vuelto a casa. Íbamos tres veces a la semana a verlo ya que el hospital estaba lejos de la ciudad.
Mi padre, me veía triste y me solía llevar al parque o a dar una vuelta. Era una buena persona, además de simpática y no le gustaba ver a la gente mal y menos a mí. Siempre me sacaba una sonrisa, aunque ahora estuviéramos pasando un mal momento.
Una fría tarde de invierno, salíamos a ver al abuelo pero empezó a nevar y decidimos quedarnos en casa. Mi padre, tuvo la idea de hacer muñecos de nieve fuera de mi casa y así pasamos la tarde.
Al día siguiente, nada más levantarme, mi madre estaba haciendo chocolate porque hacía mucho frío y, mi padre, estaba sentado en el sillón leyendo el periódico. Los miré y vi una sonrisa en ellos que no la había visto desde que el abuelo se había puesto enfermo. Entonces, les pregunté que pasaba pero no me quisieron decir nada.
Subí a mi cuarto y me puse a jugar con mi hermana. Era una niña muy buena, siempre estaba sonriendo y haciendo reír a la gente. Teníamos diez años las dos. Aunque la gente decía que nos parecíamos, yo nunca pensé eso. Ella era morena y con ojos verdes, tenía el pelo largo y era mucho más alta que yo.
Escuché la puerta y bajé corriendo, tenía esa manía desde pequeña. Me quedé en blanco, era mi abuelo. Se había recuperado y había vuelto a casa. El sueño de que mi abuelo se recuperará se cumplió. Me acerqué a el y lo abrasé, no podía creérmelo. Mis padres fueron también a saludarlo. Ya entendía la sonrisa de la que no me querían hablar. Mi abuelo me dio un beso y me dijo:
- Ya podemos salir a pasear los dos juntos como antes.
Lo volví a abrazar, no me imaginaba que se recuperara y que volviera a casa.
Pasaron ocho años y llegó el momento de irme a la universidad, preparé las maletas y cogí todo lo que necesitaría para el piso en el que mi amiga y yo nos quedaríamos cuando estuviéramos estudiando.
Mi madre me llevó al aeropuerto y junto a ella también fue mi abuelo. Mi madre, era muy sentimental, me quería mucho y se puso triste cuando me tuve que ir. Mi abuelo me miró, me besó, me dijo que esperaba que mis estudios me fueran bien y que me acordara de cuando me dijo que yo superaría todos los retos que me propusiera y que si quería ser una astronauta lo sería.
Lo abrasé y le dije que gracias, que lo quería mucho. Mi madre me dio un beso y se echó a llorar pero yo le dije que no se preocupara porque dentro de dos meses nos volveríamos a ver.
Llamaron a todos los pasajeros y mi amiga y yo nos fuimos juntas hacia el avión.
Pasaron seis años y terminamos los estudios, regresé a casa orgullosa de lo que había superado.
Después de unos meses recibí una llamada, eran unos profesores que me habían elegido para ir a la Luna. Yo, encantada, acepté.
A la semana, llegó la hora de superar otro reto y salí hacia el aeropuerto. Sería la primera vez que vería la Luna desde tan cerca.
Mi abuelo, estaba tan orgulloso de mí que se emocionó y me dijo que le había hecho recordar cuando fue su primera vez en ir a la Luna. Se despidió de mí y me dio las gracias por haber cumplido el sueño que mis padres habían soñado desde que yo era pequeña.